REDACCIÓN | Panamá en Directo
Panamá | septiembre 29, 2024La muerte de Hassan Nasrallah, líder de Hezbolá durante más de tres décadas, marca un punto de inflexión en la historia del Líbano y Oriente Medio. El ataque, llevado a cabo por el ejército israelí, destruyó un cuartel subterráneo del grupo en los suburbios de Beirut con una serie de explosiones coordinadas que dejaron sin vida a Nasrallah y a varios altos mandos de la organización chií libanesa. Este operativo, que involucró más de 80 bombas en cuestión de minutos, ha sido considerado por el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, como «una de las mayores victorias militares de Israel».
Nasrallah, quien asumió el liderazgo de Hezbolá en 1992, había logrado evitar ser capturado o asesinado durante años, a pesar de ser uno de los objetivos principales de Israel. Desde 2006 vivía en la clandestinidad, evitando todo tipo de comunicación directa que pudiera revelar su paradero. Sin embargo, la inteligencia israelí logró rastrearlo, lo que desencadenó este ataque mortal. Este hecho revela una preocupante vulnerabilidad en el aparato de seguridad de Hezbolá, un grupo que históricamente se ha mostrado como una fuerza impenetrable en la región.
La pérdida de Nasrallah, considerado el estratega clave detrás de la expansión y consolidación del poder de Hezbolá tanto militar como políticamente, deja a la organización en una posición delicada. No solo pierden a su líder más carismático, sino también a uno de los actores más influyentes en la política libanesa. Durante su liderazgo, Hezbolá no solo se convirtió en la milicia más poderosa del país, sino que también ganó influencia política, participando activamente en el Parlamento y el gobierno del Líbano.
El futuro de Hezbolá ahora está lleno de incertidumbre. La organización, que se ha caracterizado por su capacidad para reorganizarse después de golpes duros, enfrenta un desafío sin precedentes: encontrar un sucesor con la experiencia, autoridad y reconocimiento para mantener unido al grupo. En los últimos meses, Israel ha intensificado sus ataques contra la cúpula de Hezbolá, matando a figuras clave como Fuad Shukr, comandante militar del grupo, e Ibrahim Aqil, jefe de la unidad de élite Al Radwan, lo que deja un vacío de liderazgo difícil de llenar.
Además de la crisis interna que esto podría generar, el asesinato de Nasrallah también agrava las tensiones en Oriente Medio. Irán, principal aliado de Hezbolá y proveedor de armas y financiación, ha prometido vengar su muerte. El líder supremo iraní, Ali Jameneí, advirtió que «la sangre de Nasrallah no quedará impune», mientras que otros altos funcionarios iraníes han declarado que este ataque podría desencadenar la destrucción de Israel.
Por otro lado, el asesinato de Nasrallah también coloca al Líbano en una situación precaria. Con una economía al borde del colapso y una creciente desconfianza entre las diferentes facciones políticas y religiosas del país, el conflicto entre Hezbolá e Israel podría arrastrar al país a una nueva guerra, lo que agravaría aún más su crisis humanitaria. La sociedad libanesa ya está dividida, con sectores que culpan a Hezbolá de provocar tensiones con Israel que no son compartidas por toda la población. Estas divisiones internas podrían intensificarse, debilitando aún más la cohesión social del Líbano.
El gobierno israelí, por su parte, ha justificado la operación argumentando que era necesaria para cambiar el equilibrio de poder en la región y permitir que los residentes del norte de Israel, desplazados por los constantes ataques de Hezbolá, puedan regresar a sus hogares. Sin embargo, la comunidad internacional, encabezada por las Naciones Unidas, ha llamado a la moderación, instando a ambas partes a evitar una escalada mayor que podría tener consecuencias devastadoras para la región y el mundo.