
REDACCIÓN | Panamá en Directo
Panamá | abril 16, 2025Audio generado por AI para Panamá en Directo
Panamá en Directo | Kilmar Ábrego el salvadoreño atrapado entre Trump y Bukele
Error administrativo, castigo político: la historia del salvadoreño que vive en el limbo
En el corazón de uno de los casos migratorios más inquietantes de los últimos años, el nombre de Kilmar Ábrego García resuena entre las fricciones de la política internacional, los errores administrativos y un juego de poder entre tribunales y presidencias. De un día para otro, este joven salvadoreño de 29 años pasó de vivir con su familia en Estados Unidos a estar recluido en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) en El Salvador, una cárcel conocida por su dureza.
El caso ha cobrado notoriedad no solo por las circunstancias que lo rodean —una deportación que contraviene una orden judicial—, sino por la férrea negativa tanto del presidente estadounidense, Donald Trump, como del mandatario salvadoreño, Nayib Bukele, de corregir lo que incluso desde el propio Departamento de Justicia fue calificado como un “error administrativo”.
Una decisión judicial ignorada
En 2019, un juez de inmigración en EE.UU. otorgó a Ábrego una suspensión de remoción, reconociendo que su vida estaría en riesgo si regresaba a El Salvador, país del que huyó tras amenazas de pandillas. La protección le otorgaba la posibilidad de permanecer legalmente en suelo estadounidense. Sin embargo, en 2025, fue deportado de forma expedita y sin aviso a su abogado o a su familia, en violación directa de dicha orden judicial.
La Corte Suprema de Estados Unidos ordenó su retorno. El fallo era claro: facilitar su regreso al país donde había residido durante catorce años, junto a su esposa y sus tres hijos. Pero ni la Casa Blanca ni el gobierno de El Salvador han acatado la sentencia.
¿Terrorista o víctima?
La administración Trump insiste en que Ábrego pertenece a la MS-13, una de las pandillas más temidas del hemisferio. No obstante, sus abogados aseguran que nunca ha sido acusado de ningún delito ni tiene antecedentes criminales. Argumentan que las acusaciones son infundadas y que se trata de una criminalización arbitraria, motivada más por la política migratoria actual que por hechos probados.
Bukele, por su parte, fue tajante desde la Oficina Oval durante una reciente visita a Washington: “¿Cómo voy a introducir a un terrorista de contrabando en EE.UU.? Por supuesto que no voy a hacerlo”. Sin embargo, su propio gobierno podría liberar a Ábrego dentro del país. “Pero no nos gusta liberar terroristas”, remató, pese a que no existe condena alguna contra el joven.
Juego de poder y orgullo
Para analistas como Rosa Barrientos-Ferrer, del Center for American Progress, el caso es más que una simple disputa legal: es una lucha de egos y de poder. “Ambos líderes quieren demostrar que están por encima de la ley”, afirma. La académica Junek Vargas coincide y agrega que la negativa tiene mucho que ver con una estrategia más amplia: “El Salvador quiere posicionar al Cecot como una especie de ‘depósito regional’ de terroristas. Un centro de contención exportable”.
Pero también hay un componente diplomático: según expertos en política migratoria, Estados Unidos y El Salvador mantienen acuerdos implícitos para contener los flujos migratorios hacia el norte. Si Washington muestra debilidad al reconocer una deportación errónea, pierde autoridad. Y si Bukele permite el regreso de alguien que Trump califica de “terrorista”, arriesga su imagen internacional de mano dura.
Un proceso sencillo, una voluntad ausente
El abogado de inmigración Jaime Barrón lo explica con claridad: “El regreso de Ábrego podría gestionarse en cuestión de días. Solo se necesita voluntad política. Técnicamente, es muy fácil”. Coincide con esta visión el profesor Gabriel Chin, de la Universidad de California, quien subraya que tanto EE.UU. como El Salvador tienen los recursos y la autoridad para corregir la situación. “El problema no es logístico, es político”.
El propio Departamento de Justicia ha contribuido a la confusión: su interpretación del fallo de la Corte Suprema ha sido, cuando menos, ambigua. La palabra “facilitar” ha sido usada para justificar la inacción. Para los abogados de Ábrego, esa lectura es incorrecta y evasiva: facilitar implica actuar, no mirar hacia otro lado.
Como consecuencia del escándalo, incluso se produjo la salida del abogado Erez Reuveni, quien representaba al gobierno en el caso y fue acusado de sabotear la defensa legal al expresar sus dudas sobre las decisiones internas del Ejecutivo.
Un precedente preocupante
Más allá del destino inmediato de Kilmar Ábrego García, el caso deja al descubierto las tensiones entre los poderes judicial y ejecutivo en Estados Unidos. “Si el presidente ignora deliberadamente una orden de la Corte, se está quebrando el principio de la división de poderes”, advierte Barrientos-Ferrer.
Para organizaciones como Alianza Américas, esta situación es peligrosa: “Si le pasó a Kilmar, le puede pasar a cualquier otro. Es una señal alarmante para todos los migrantes —y ciudadanos— que confían en que la ley los protege”.
Mientras tanto, en una celda del Cecot, Kilmar Ábrego sigue esperando. No una audiencia, no una condena. Solo la voluntad de dos presidentes para corregir un error.