
OPINIÓN | Por: Melissa Nicole Lazarus
A pesar de que algunos colegios retomaron clases, la pérdida ya está hecha; lo que se pierde es muy poco probable que se pueda recuperar.
Haciendo un símil: cuando rompes un vaso e intentas pegarlo, queda con grietas que, al echarle agua, permiten que esta se escape por algunos huecos, dejándolo frágil.
Es decir, no recuperará su estado original. Lo mismo sucede con la educación.
La huelga docente inició el 23 de abril, y hasta el 24 de junio de 2025 se habían perdido 44 días de clases correspondientes al calendario educativo de este año.
Aun así, con esta cantidad de días perdidos y con el anuncio del MEDUCA de aprobar un mecanismo transitorio para designar nuevos docentes, hay educadores que persisten en no ir a las aulas.
En 2022 se perdieron 25 días de clases —resaltando que uno de los actores principales de esas protestas eran los docentes—; en 2023 se perdieron 45 días, nuevamente con los docentes como protagonistas.
¿Les parece casual?
El 23 de junio de 2025 inició el segundo trimestre del año académico, y vivimos en un país donde una madre de familia comenta —a nivel nacional— que los alumnos tuvieron que retomar clases porque algunos docentes así lo quisieron, y que los alumnos hubiesen preferido seguir apoyando a sus maestros en la huelga.
Hay algo que la inteligencia artificial no puede reemplazar, y mucho menos las clases virtuales: el desarrollo del pensamiento crítico, que solo se obtiene en clases presenciales.
Los jóvenes pasan aproximadamente siete horas al día en los salones de clase, donde la mayoría de lo que aprenden es gracias a sus profesores.
Por eso me pregunto: ¿se les enseña a los jóvenes a protestar por una ley que no les afecta directamente? (A los profesores). De ser así, ¿estamos preparando a los próximos manifestantes del país?
Con ese comentario, nos damos cuenta de la calidad de educación que tenemos.
Y lo he dicho varias veces: mi objetivo no es descalificar las protestas, sino hacer un análisis de lo que estamos perdiendo.
Resulta desalentador ver cómo tantas personas adoptan posturas completamente irracionales, aferrándose a discursos que no resisten ni el más simple análisis —mucho menos un debate serio y fundamentado.
Decía el escritor argentino Leandro Calderone en uno de sus escritos que la verdadera naturaleza humana es adicta a la mentira, que la abraza.
A lo que yo agrego: cuando abrazas algo y te aferras a ello, es muy complicado soltarlo.
Y, aunque el tiempo sea relativo, para la educación no lo es.
Hay que resaltar lo apremiante de la circunstancia actual, la necesidad de tomar acción ahora, y el hecho ineludible de que el tiempo sigue avanzando.
TIC TAC, TIC TAC.