Panamá se adhiere al Mercosur en un escenario regional marcado por tensiones democráticas

La formalización de la adhesión de Panamá al Mercosur como Estado Asociado, anunciada este sábado por el presidente José Raúl Mulino durante la LXVII Cumbre de Jefes de Estado del bloque en Brasil, trasciende el plano estrictamente comercial y se inscribe en un momento de redefiniciones políticas y estratégicas en América del Sur.

El paso dado por Panamá no implica una incorporación plena al bloque, pero sí una señal política clara: el país busca posicionarse como un actor de articulación regional, apoyado en su plataforma logística, su conectividad aérea y el Canal de Panamá, en un contexto en el que el Mercosur enfrenta desafíos internos, tensiones ideológicas y debates sobre su proyección futura.

Mulino planteó la integración desde una lógica pragmática. Insistió en que el proceso debe avanzar de forma gradual y “sin traumas”, una expresión que refleja la cautela del Gobierno panameño ante los temores de sectores productivos locales y, al mismo tiempo, ante las asimetrías económicas que persisten entre los países del bloque. Panamá se presenta, así, no como un competidor industrial, sino como un facilitador de comercio y acceso a mercados globales.

El discurso del mandatario también buscó marcar un posicionamiento político. Al reiterar que la integración regional debe sustentarse en la democracia y la libertad, Mulino colocó el debate institucional en el centro de la agenda del Mercosur, en un momento en que el bloque exhibe visiones encontradas sobre cómo abordar las crisis políticas internas de la región.

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Ese contraste quedó especialmente evidente en el tratamiento del caso venezolano. Mulino expresó su respaldo al presidente electo Edmundo González Urrutia y condicionó la eventual reincorporación de Venezuela al Mercosur al restablecimiento pleno de la institucionalidad democrática. Con ello, Panamá se alineó con una lectura normativa del bloque, en la que el respeto a los principios democráticos no es un asunto accesorio, sino un requisito de pertenencia.

El presidente panameño también vinculó la crisis venezolana con sus efectos regionales, en particular la migración masiva. Al detallar la reducción del flujo irregular por la selva del Darién y las medidas de repatriación adoptadas por su gobierno, Mulino trasladó el debate del terreno ideológico al de las consecuencias concretas que la inestabilidad política genera en los países vecinos.

Sin embargo, la cumbre volvió a evidenciar las profundas divisiones internas del Mercosur frente a Venezuela. Mientras el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva advirtió que una intervención militar sería una catástrofe humanitaria y se ofreció como mediador, Brasil bloqueó una resolución que buscaba condenar explícitamente las violaciones a los derechos humanos en ese país. La posición de Lula refleja una estrategia orientada al diálogo y a evitar una escalada regional, incluso a costa de tensiones dentro del bloque.

En el extremo opuesto, el presidente argentino Javier Milei defendió una línea de confrontación abierta. Respaldó la presión ejercida por Estados Unidos contra el Gobierno de Nicolás Maduro, apoyó el bloqueo petrolero y llamó a los socios del Mercosur a abandonar lo que calificó como posturas ambiguas frente a regímenes autoritarios. Su discurso refuerza una visión del bloque como espacio de definición ideológica, más que como un mecanismo de equilibrio diplomático.

En este escenario, la adhesión de Panamá adquiere un valor simbólico adicional. El país se incorpora como Estado Asociado a un Mercosur fragmentado en lo político, pero aún relevante en términos económicos. Para Mulino, el desafío será sostener un equilibrio entre pragmatismo comercial, defensa de principios democráticos y una diplomacia que evite quedar atrapada en las polarizaciones que atraviesan hoy a la región.