
REDACCIÓN | Panamá en Directo
Panamá | mayo 5, 2025Audio generado por AI para Panamá en Directo
Panamá en Directo | Así se elige al Papa
Cuando el cónclave se encierra para dar al mundo un Papa
En la intimidad solemne de la Capilla Sixtina, a puertas cerradas y bajo los frescos de Miguel Ángel, se lleva a cabo uno de los ritos más antiguos y enigmáticos de la Iglesia católica: la elección del sucesor de Pedro. A partir del miércoles 7 de mayo, 133 cardenales de todo el mundo asumirán esta trascendental responsabilidad, buscando al 267º Romano Pontífice mediante un proceso cuidadosamente normado y lleno de simbolismo.
El ritual comienza
Cada cardenal elector recibe al menos dos papeletas, elaboradas con exactitud según la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis. Son rectangulares, divididas en dos partes: en la superior, el encabezado impreso; en la inferior, el espacio para escribir el nombre del elegido. La papeleta está diseñada para doblarse en dos, garantizando así la privacidad del voto.
Antes de que comience la votación, el último cardenal diácono sortea nueve cargos entre sus pares: tres escrutadores, tres infirmarii (encargados de llevar el voto a los enfermos) y tres auditores. Cualquier elector incapaz de asumir estas funciones por enfermedad es reemplazado mediante otro sorteo. Luego, el Secretario del Colegio Cardenalicio, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias y los ceremonieros abandonan la Capilla. El último cardenal diácono cierra la puerta con firmeza: comienza el cónclave propiamente dicho.
El acto de votar
Uno a uno, según el orden protocolar, los cardenales se acercan al altar. Allí, tras escribir su elección y doblar la papeleta, la levantan visiblemente y pronuncian con solemnidad:
“Pongo por testigo a Cristo Señor, que me juzgará, de que mi voto es dado a aquel que, según Dios, creo que debe ser elegido.”
Acto seguido, depositan la papeleta en un plato que luego se inclina sobre un receptáculo donde cae el voto. Quienes no pueden desplazarse, por enfermedad, entregan su papeleta al último escrutador, quien la lleva hasta el altar en su nombre, siguiendo las mismas normas.
El voto de los ausentes
Cuando un cardenal está confinado en su habitación, tres infirmarii le llevan una bandeja con papeletas y una urna especial, vacía y sellada previamente ante todos. Tras emitir su voto en privado, lo deposita por una ranura en la urna. Esta se traslada de nuevo a la Capilla Sixtina, donde los escrutadores la abren públicamente y suman su contenido al receptáculo principal, verificando siempre que el número de votos coincida.
El recuento, una tarea sagrada
Las papeletas se barajan dentro del receptáculo y se trasladan, una por una, a otro recipiente. Si la cantidad no coincide con la de votantes, todas se queman y se repite el proceso. En cambio, si el número es correcto, los tres escrutadores toman posición: el primero abre la papeleta, el segundo verifica el nombre, y el tercero lo lee en voz alta. Así, cada cardenal puede anotar los votos emitidos en una hoja especial.
Durante el recuento, si se hallan dos papeletas dobladas como si fueran de una sola mano y con el mismo nombre, se cuenta solo una. Si tienen nombres distintos, ambas se anulan, pero no se invalida el conjunto de la votación.
Cada voto válido es ensartado en un hilo mediante una aguja que atraviesa la palabra Eligo, como medida de seguridad y custodia. Terminada la lectura, el hilo se anuda y las papeletas se conservan hasta su quema.
El humo que habla al mundo
Los votos son depositados en una estufa de hierro fundido que ha estado presente desde el cónclave de 1939. Una segunda estufa, instalada en 2005, sirve para quemar sustancias químicas que tiñen el humo de negro —si no hay elección— o de blanco —cuando el nuevo Papa ha sido escogido—. Así, Roma y el mundo esperan con la mirada puesta en la chimenea que sobresale del techo de la Capilla Sixtina.
Las reglas del consenso
Para ser elegido Papa, un candidato necesita una mayoría cualificada: al menos dos tercios de los votos. Con 133 cardenales electores en esta ocasión, el umbral se fija en 89 votos.
El proceso puede durar varios días. Cada jornada se realizan hasta cuatro votaciones: dos por la mañana y dos por la tarde. Si al cabo de tres días no se logra consenso, se hace una pausa para la oración y la reflexión. El cardenal decano de los diáconos ofrece una breve exhortación espiritual. Luego, el ciclo se reinicia.
Este patrón puede repetirse hasta tres veces. Si aún no hay elección, el nombre del nuevo Papa deberá surgir entre los dos más votados de la última ronda. En esa votación definitiva, ninguno de los dos candidatos puede votar.
El cónclave es, pues, un proceso deliberado, revestido de tradición y secreto. Cada paso refleja siglos de historia, en un acto que sigue apelando, aún en el siglo XXI, a lo sagrado, lo humano y lo eterno.