
REDACCIÓN | Panamá en Directo
Panamá | mayo 13, 2025Audio generado por AI para Panamá en Directo
Panamá en Directo | La muerte de José Mujica cierra el capítulo más humano de la política uruguaya
José Mujica murió a los 89 años en su chacra rodeado de historia y legado
La vida de José «Pepe» Mujica terminó en el mismo lugar donde empezó a transformarse en mito: su modesta chacra de Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo. Tenía 89 años y desde hacía meses enfrentaba un cáncer de esófago que, con el tiempo, metastatizó, marcando el comienzo de su despedida. Su muerte fue confirmada por el presidente uruguayo Yamandú Orsi, su heredero político y discípulo más cercano.
«Te vamos a extrañar mucho, viejo querido», escribió Orsi en un mensaje público que condensó el sentimiento de una nación. Mujica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015, símbolo de la austeridad, la coherencia y la lucha, falleció este martes 13 de mayo, dejando una huella indeleble en la política uruguaya y en la memoria internacional.
La enfermedad y la despedida anunciada
En abril de 2024, Mujica sorprendió al país al convocar una conferencia de prensa donde, con la serenidad que lo caracterizaba, anunció que tenía cáncer. Se sometió a 32 sesiones de radioterapia, y aunque el tumor pareció ceder, las secuelas fueron devastadoras: tuvo dificultades severas para alimentarse y múltiples hospitalizaciones.
En enero de 2025, ya sin margen para el optimismo, concedió una última entrevista a la revista Búsqueda donde confirmó que la enfermedad había hecho metástasis. Fue una despedida consciente: “Hasta acá llegué”, dijo, y pidió que lo dejaran en paz, que no le hicieran más entrevistas. Quería vivir sus últimos días entre plantas, con su tractor y su compañera de toda la vida, Lucía Topolansky.
Ese deseo, sin embargo, fue parcialmente incumplido. Aún debilitado, Mujica siguió recibiendo visitas en su chacra: mandatarios, periodistas, artistas, y compañeros de militancia se acercaron a rendirle homenaje. También participó en actos políticos y asistió, con visible esfuerzo, a la asunción del nuevo Parlamento.
El domingo anterior a su muerte, día de elecciones departamentales en Uruguay, no pudo ir a votar. Su esposa, Lucía, lo resumió con claridad en Radio Sarandí: “Está a término”. Y le prometió estar con él hasta el final, como había hecho durante más de cuatro décadas.
Una historia de novela escrita a balazos y barro
Nacido en Montevideo en 1935, José Mujica conoció la pobreza desde niño. Su padre murió cuando él tenía siete años, y fue su madre, Lucy Cordano, quien lo crió junto a su hermana menor en el barrio obrero de Paso de la Arena. En los años 60 se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, un grupo armado que luchaba contra el orden establecido. Fue detenido por primera vez en 1964, y a partir de allí inició un periplo carcelario que marcaría su vida.
En 1970 recibió seis disparos en un intento de detención. Se fugó, volvió a ser capturado y finalmente, en 1972, cayó preso definitivamente. Pasó 14 años en condiciones inhumanas, muchos de ellos en confinamiento extremo, sin colchón ni ventilación. Llegó a perder la razón, según relató él mismo, hablando con hormigas y sufriendo alucinaciones. Una psiquiatra recomendó que se le permitiera leer y escribir, y esa fue su salvación.
Durante esos años oscuros, su madre creía en silencio que su hijo algún día llegaría a ser presidente. No se lo dijo, pero el tiempo terminaría dándole la razón.
La reinvención democrática del viejo guerrillero
Liberado en 1985 con la restauración de la democracia, Mujica abandonó la lucha armada y se adaptó al juego político. Ingresó al Parlamento en 1995 vestido con jeans y montado en una pequeña moto Yamaha, un gesto que rompía con todos los códigos del poder tradicional. Desde entonces, su carisma, su lenguaje llano y su coherencia ética lo convirtieron en un fenómeno popular.
En el gobierno de Tabaré Vázquez fue ministro de Ganadería y, contra su voluntad inicial, terminó siendo el candidato presidencial del Frente Amplio para las elecciones de 2009. Decía que no quería el cargo, que no era “masón ni universitario”, que esa “verga no era para él”. Pero lo fue. Y ganó.
Su presidencia fue tan singular como su vida. Impulsó cambios estructurales y promovió leyes de avanzada: legalizó la marihuana, aprobó el aborto y el matrimonio igualitario. Transformó la matriz energética del país apostando por fuentes renovables. Su promesa central de “educación, educación y más educación” no logró un gran salto, pero se consolidaron iniciativas como la Universidad Tecnológica y la formación en oficios.
Vivía en su chacra, conducía su viejo Volkswagen escarabajo, donaba la mayor parte de su salario y hablaba con el mismo tono a un presidente que a un peón rural. Fue apodado “el presidente más pobre del mundo”, aunque él decía que no era pobre, sino sobrio.
El legado y el fin
Tras dejar la presidencia en 2015, Mujica siguió siendo una figura de referencia. Asumió una banca en el Senado, pero renunció en 2020 junto al expresidente Julio María Sanguinetti, en un acto simbólico que mostró su respeto por la democracia y la pluralidad.
Su influencia no se detuvo. Durante la campaña de 2024, debilitado por la enfermedad, fue un actor clave en la victoria del Frente Amplio. Desde su chacra vio por televisión, junto a Lucía, cómo Yamandú Orsi era electo presidente. Era la culminación de una transición política cuidadosamente cultivada.
Hoy, su espacio político, el Movimiento de Participación Popular (MPP), es la fuerza más votada del país. Mujica, el guerrillero, el prisionero, el filósofo campesino y el presidente improbable, deja un país distinto. Y deja también su último deseo: ser enterrado en su chacra, junto a su inseparable perra de tres patas, Manuela.