Los cónclaves más inusuales en la historia del Vaticano

Roma se transforma para una de las decisiones más solemnes de la Iglesia

Con la llegada de 133 cardenales procedentes de todos los rincones del mundo, Roma se transforma esta semana en el escenario de uno de los rituales más antiguos y enigmáticos del planeta: la elección de un nuevo papa. A partir del miércoles 7 de mayo, comenzará el cónclave para escoger al sucesor de Francisco, el pontífice que renunció tras más de una década de liderazgo espiritual.

En los jardines del Vaticano ya se respira solemnidad. La Capilla Sixtina ha sido cuidadosamente preparada para recibir a los “príncipes de la Iglesia”, que permanecerán completamente aislados del mundo exterior hasta que emerja el próximo líder de los más de 1.300 millones de católicos del mundo. Las papeletas serán quemadas tras cada votación, y el tradicional humo blanco o negro que brote de la chimenea marcará el ritmo de una espera seguida con atención global.

Aunque en tiempos recientes los cónclaves duran pocos días, esta elección no deja de ser un eco vivo de una historia que ha visto momentos insólitos, incluso dramáticos. En el siglo XIII, por ejemplo, el cónclave más largo de la historia se prolongó por casi tres años. Los cardenales, incapaces de alcanzar un acuerdo tras la muerte de Clemente IV, fueron finalmente obligados a decidir cuando los habitantes de Viterbo retiraron el techo del edificio para forzarlos, literalmente, a mirar al cielo. Así fue elegido Gregorio X en 1271.

No es el único caso curioso. En el año 236, la historia registra una escena casi mística: una paloma blanca se posó sobre la cabeza de Fabián, un laico entre la multitud, lo que fue interpretado como señal divina. Fue elegido papa de inmediato. Su destino, sin embargo, fue trágico: murió como mártir bajo el emperador Decio.

El secreto que rodea al cónclave no es sólo una cuestión de protocolo, sino una exigencia canónica estricta. Los cardenales juran confidencialidad de por vida, bajo pena de excomunión. Sin teléfonos, sin prensa, sin contacto exterior: todo para asegurar una elección guiada, se supone, únicamente por la oración, la reflexión y la inspiración divina.

En otros tiempos, el encierro fue físico y brutal. En 1241, el Senado romano confinó a los cardenales en un edificio en ruinas, sin higiene ni atención médica, para obligarlos a decidir. Sólo la muerte de uno de ellos destrabó la votación. A partir de entonces, surgieron normas que buscaban acelerar el proceso: racionamiento de alimentos, ventanas selladas, e incluso privación de comodidades.

Mucho ha cambiado desde entonces. Hoy, los cardenales se alojan en la confortable Casa de Santa Marta, un edificio moderno mandado a construir por Juan Pablo II. Allí también se hospedó Francisco durante su papado, como gesto de austeridad frente al fasto tradicional. Aun así, durante el cónclave las ventanas se sellan y el aislamiento sigue siendo total.

Históricamente, no siempre fue un cardenal quien resultó electo. Urbano VI, por ejemplo, era un arzobispo no cardenal cuando fue elegido en 1378. Su elección desató una crisis mayúscula: el Cisma de Occidente, con dos papas reclamando simultáneamente la autoridad. Desde entonces, sólo seis pontífices han sido elegidos sin haber sido cardenales.

También el nombre papal encierra simbolismo. Juan, Gregorio, Benedicto, Clemente… cada elección invoca una herencia. En 2005, Joseph Ratzinger eligió ser Benedicto XVI como tributo al “papa de la paz” durante la Primera Guerra Mundial. En 2013, Jorge Bergoglio eligió llamarse Francisco en honor al santo de Asís, símbolo de humildad y amor por los pobres.

Roma vuelve a vestirse de púrpura y oro, el mundo observará el 7 de mayo el inicio de una ceremonia tan arcaica como fascinante. La Iglesia católica se asoma a un nuevo capítulo de su historia, y la elección que se avecina podría marcar el rumbo espiritual, político y moral de una era.