OPINIÓN ||| Los sucesos de Francia vistos desde Panamá
Dr. Omar Jaén Suárez, ex embajador de Panamá en Francia
Algunos comentaristas panameños han escrito sobre los últimos sucesos en Francia protagonizados por jóvenes violentos de los suburbios. Hay quienes simplemente copian, al carbón, las tesis de la extrema izquierda francesa. Otros, ¡culpan la situación de insumisión de parte minoritaria de la población a la excelente formación de la crema de las élites que son envidia en todas partes!
Hemos achacado solamente a Francia la responsabilidad por estar en listas negras y grises de la Unión Europea y del GAFI, sin advertir que dicha responsabilidad es compartida entre 27 Estados miembros y que también tenemos cierta parte en nuestra mala reputación al ignorar la evolución del mundo occidental y sus exigencias de mayor transparencia y menor corrupción pública. Pareciera ser que del exterior tienen que despertarnos de ese letargo tal como lo acaba de hacer el secretario de Estado de la potencia estadounidense.
Después del gran alboroto de los chalecos amarillos, en 2023 el presidente Emmanuel Macron presentó con coraje su proyecto de la necesaria reforma de las jubilaciones (lo que todavía no hemos visto aquí), lo que produjo una inmensa protesta auspiciada por sus enemigos políticos de la extrema derecha de Marine Le Pen y la extrema izquierda (la llamada NUPES o Nouvelle Union populaire écologique et sociale) capitaneada por Jean Luc Mélanchon, con grandes manifestaciones en todo el país, que lo debilitó políticamente y también el liderazgo de Francia en la Unión Europea, comprometida en el firme apoyo político y material a Ucrania por la invasión de Rusia. Finalmente, logró hacer aprobar esa reforma, avalada por el Consejo Constitucional, aunque el Parlamento la negara. El gobierno presidido por la primera ministra, ingeniera muy competente y de cercanía socialista, Elizabeth Borne, sobrevivió a todas las mociones parlamentarias de censura.
Muchos franceses son víctimas de una mentalidad que ha ido creciendo en décadas, auspiciada sobre todo por la izquierda enquistada y dominante en el sector educativo y mediático, con la disminución de su calidad tradicional, aunque también haya penetrado el de la administración de justicia y que ha logrado debilitarla como líder de la Unión Europea y en el conjunto de naciones que conocemos como el Occidente liberal.
El resultado se ha visto en las últimas manifestaciones de violencia extrema en contra de los comercios y los edificios públicos causada por la muerte a manos de un policía de un joven de origen argelino, no tan santo, en un barrio colmado de dealers de la droga, por un incidente de tránsito en el que hasta trató de atropellar a un policía. Los extremistas trataron de erigirlo en héroe nacional con la complicidad de algunos medios. Cualquier pretexto es útil para atacar al gobierno y las preciadas instituciones republicanas y laicas de Francia, país que acogió generosamente, durante el siglo XX, a millones de inmigrantes de otras partes de Europa y de Asia, sin grandes problemas de inclusión y de adaptación.
Francia no ha resuelto y quizá nunca lo haga el modelo de multiculturalismo que ha querido implantar, al igual que otros países europeos, para integrar a poblaciones inmigrantes de otros continentes, de otras culturas, de lengua y religión diferentes, especialmente del África negra y del mundo musulmán. Llegaron como mano de obra barata, se quedaron y hoy son varios millones. El resultado es la constitución de enclaves de gente resentida, de primera, segunda y hasta tercera generación, alguna de la cual se manifiesta contra la República Francesa y sus instituciones y puede terminar simplemente en grupos de delincuentes. Es lo contrario de lo que vemos en España que acepta, sin grandes problemas, a millones de inmigrantes hispanoamericanos.
Allí, entre los descendientes de inmigrantes africanos y del Medio Oriente se recluta parte de los franceses “iracundos”, sobre todo en los suburbios de las grandes ciudades, que viven mucho mejor en Francia que en sus países originarios gracias a los impuestos de la mayoría de la gente que trabaja, es creativa y produce. Muchos que ostentan la nacionalidad no se identifican como franceses sino por la patria de origen de sus padres y hasta de sus abuelos. De allí surgen los que provocan atentados con decenas y hasta centenares de muertos en la última década, ante la indiferencia de nuestros comentaristas locales. Gente instrumentalizada también por políticos que buscan votos para las elecciones y que se oponen a los gobiernos, especialmente de derecha. Debemos constatar que la extrema derecha es la que electoralmente más gana con el desenfreno público de jóvenes insumisos y revoltosos y cada vez se acerca más al poder como ha sucedido en otros países europeos.
Grupos de gente muy violenta y organizada, de centenares de personas cada vez, en la que no faltan también representantes jóvenes de países cercanos, se reúnen para quemar y destruir todo lo que pueden y los partidos de izquierda y sus medios aliados les prestan atención y hasta apoyo irresponsable. París, las principales capitales provinciales y ciudades pequeñas, burgos y pueblos de algunos miles de habitantes son víctimas de esas bandas delincuenciales. Cuando el Estado francés y sus instituciones reaccionan siempre los acusan de racismo hacia la gente de origen africano y árabe y de agresividad de sus agentes policiales, mucho más profesionales y comedidos que los nuestros, lo que limita la capacidad de acción del gobierno respetuoso de las normas democráticas como pocos en el mundo, para poner orden y hacer justicia.
Los extranjeros observamos sorprendidos cómo pueden grupos muy minoritarios, pero determinados y que se sienten impunes, respaldados por agrupaciones políticas muy importantes, destruir parte de la imagen (y del patrimonio) de un país que ha estado a la vanguardia de las naciones desde hace siglos y que tiene la suerte de estar gobernada por un presidente, Emmanuel Macron, con cualidades excepcionales, personaje que provoca la envidia de muchas sociedades que claman por líderes de tal condición.